Arqueología del Noroeste de México: Un "Rudo Ensayo"

David Phillips

Introducción

"El Noroeste no es simple."*

¿Porqué un recurso web bilingüe sobre la arqueología del noroeste de México? Porque por tantos años fue una región olvidada, entre los arqueólogos a ambos lados de la frontera internacional.

Para los arqueólogos Mexicanos, su historia conspiró contra cualquier interés en el norte [vea Lorenzo 1981]. Después de la revolución, la antropología se alistó al servicio federal, con el objetivo de apoyar la construcción de una nueva identidad mexicana. Los arqueólogos recibieron una comisón especial: enfatizar los logros de Mesoamerica, y por ellos la herencia única de Mexico (en contraste a la época política anterior y su elevación de la cultura europea). Además, los arqueológos quienes trabajaron en el sur del país fueron garantizados resultados asombrantes, en una época cuando la teoría arqueológica facilmente desatendió a los restos humildes después tan importante para construir secuencias evolucionarias. El perjuicio inicial se perpetuó al entrenarse las nuevas generaciones de arqueólogos mexicanos. Cuando Leticia González comenzó su trabajo de campo en los desiertos del norte, los cursos que ella habia tomado "no me daban los instrumentos teóricos ni metodológicos necesarios para entender un tipo de contexto arqueológico que difiere totalmente ... del mesoamericano" (González A. 1992:v).

Marie Areti-Hers y María Soto (2001) recapitulan las sensibilidades mexicanas tradicionales. Mesoamérica era diversa, mientras que el norte era uniforme. Mesoamérica ofreció riquezas arqueológicas, mientras que el norte los faltaba. Mesoamérica brindó una trayectoria histórica (Preclásico, Clásico, Posclásico), el norte no. La vida de los agricultores mesoamericanos era comprensible, pero no la vida de los cazadores-recolectores norteños. Ignacio Bernal (1980:180, tr.) ofreció la opinión dominante cuando escribió, "Con la excepción de algunos centros permanentes, el área no contiene sitios bien definidos para la exploración. Los investigadores fueron forzados a investigar cuevas, bosques y valles para los razgos casi invisibles de los grupos nómadas que allá habín vivido, mientras que los pobladores primitivos eran pocos." Según un resumen popular, "Los restos arqueológicos del norte de México son sumamente sencillos: generalmente se trata de campamentos temporales, pinturas y grabados rupestres" (Garza T. y Tommasi 1987:177). Es decir, el norte ofrecía solamente una arqueología aburrida, de gente aburrido.

Para los arqueólogos norteamericanos quienes especializaron en el "Suroeste" (así llaman no solamente los territorios tomados a fuerza, pero gran parte del territorio actual de México), la problema se empeoró con el uso de un modelo funcionalista inspirado por la ecología, práctica que duró casi tres décadas. Gracias a su modelo intelectual, los arqueólogos norteamericanos vieron al cambio cultural como producto de adaptaciones locales, y no sintieron la necesidad de considerar fuentes de cambio fuera de sus areas de trabajo.

Debemos admitir que por muchos años, disponimos de menos información para el noroeste de México que para Mesoamerica y el suroeste de los EE.UU. Aún así, disponimos de suficiente información para comenzar el trabajo de sintesizar datos y explicar patrones. Además, algunas personas habían marcado la senda. Entre ellos, destacan Charles Di Peso y J. Charles Kelley. No obstante sus esfuerzos, el mito de una falta de información se convirtió en un bucle infinito. Ya que no había información, no fue posible estudiar el área. Ya que nadie estudiaba el área, no aprendieron de la información disponible, y no continuaron la amontación de datos. Con tanta ignorancia por parte de la mayoría de los arqueólogos, los pocos proyectos en el norte de México no pudieron proporcionar la equivalente intelectual de masa crítica.

Los tiempos han cambiado. Por fin los estudios arqueológicos del noroeste de México son una forma de desarrollo sostenible. El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) mantiene centros regionales, y un equipo permanente de arqueólogos, en varios estados del norte del país. Reuniones profesionales en el norte, que anteriormente casi no existían, ocurran con regularidad y atraen arqueólogos de ambos lados de la frontera. La literatura regional reconoce los impactos negativos de la frontera en la arqueología, y procura superar esos impactos (ver, por ejemplo, Carpenter y Sánchez 1997; McGuire 1997, 2002; Mendiola 2008; Villalpando 2002; Webster et al. 2008). Lo que más inspira confianza es el número cresciente de arqueólogos Mexicanos convencidos que el norte de México merece estudiarse en sus proprios términos, y no como apéndice de Mesoamérica (por ejemplo, Lelgemann y Caretta 2009; Ramírez A. 1997).

Aún así, la creación de una arqueología unida del noroeste de México es una lucha dificil. Como dicen McBrinn y Webster (2008:4), "Los arqueólogos anglófonos, por no poder obtener la literatura Mexicana, y por no ser bilingües, han usado dicha literatura en forma superficial. Más arqueólogos Mexicanos leen inglés, pero también tienen dificultad obtener las publicaciones de sus colegas de los EE.UU, especialmente la 'literatura gris'" [informes de arqueología de rescate]. La falta de comunicación a través de la frontera es común y persistente (McGuire 1997; McBrinn y Webster 2008:4).

El objetivo de este recurso web es proveer herramientas para los arqueólogos que quieren superar la falta de comunicación internacional. La bibliografía notará el aumento de publicaciones y otras fuentes de información, especialmente los recursos web que destrozan los límites intelectuales impuestas por las fronteras. El ensayo bilingüe permite que los arqueólogos norteamericanos aprendan del trabajo de sus colegas Mexicanos, y vice versa, sin tener que hablar la lengua "del otro lado." Finalmente, para los lectores que no son arqueólogos, el ensayo sirve como guía inicial a la prehistoria del noroeste de México.

El Área Cultural

El noroeste de México fue parte de un área cultural, o región continua donde las sociedades indígenas encontraron condiciones ambientales similares y desarrollaron culturas con bastante en común. Una de las suposiciones del concepto de áreas culturales es que dentro de dichos áreas, las inovaciones culturales se difundieron entre los varios grupos y no fueron inventados de nuevo en cada ocasión.

El área cultural incluyó grán parte del norte de México y del oeste de los EE.UU., como se ven en esta página web. El área extendió desde Mesoamérica para cubrir en norte de Sinaloa y Durango, la totalidad de Sonora, Chihuahua, y Coahuila, y partes de otros estados mexicanos. No paró en la frontera internacional, cubriendo también Arizona, Nuevo México, las extremidades sur y oeste de Texas, la esquina suroeste de Colorado, la esquina sureste de Utah, la extremidad sur de Nevada, y un mordisco de California. Citando el nemotécnico de Erik Reed [1951], el área cultural extendió desde Durango, México a Durango, Colorado y desde Las Vegas, Nevada a Las Vegas, Nuevo México.

Entre las problemas impuestas por la frontera internacional, faltamos un nombre universal para el área cultural (McBrinn y Webster 2008:3–4). El nombre otorgado por Alfredo Kroeber [1928], "El Suroeste," toma un término geográfico para la porción en los EE.UU. y lo aplica a todo el area cultural, añadiendo un insulto al daño hecho cuando los norteamericanos se aprovecharon de territorio mexicano en 1846. Aún así, por muchos años el término era lógico, en el sentido que la mayoría de los arqueólogos "del Suroeste" no hicieron el menor caso de los sucesos prehistóricos en el noroeste de México. El término substituto de Beals [1943], "Suroeste Mayor" (Greater Southwest, a veces traducido "Gran Suroeste"), reconoció la extensión total del área cultural, pero continuó el patrón de parcialidad terminológica. En la actualidad, la mayoría de los arqueólogos norteamericanos usan "Suroeste" or "Suroeste Mayor" cuando hablan entre sí, pero un retrasado sentido de justicia ha alentado el uso de términos como "Suroeste de Norteamérica," "Suroeste/Noroeste," y "las zonas fronterizas" (the borderlands).

Con frecuencia, los arquólogos mexicanos refieren al mismo área cultural como "el Norte de México." Aunque es posible criticar este término por ser "Mesoamerica-céntrico," de punto de vista de los procesos históricos este nombre es menos absurdo que el nombre "Suroeste." Nada en el área cultural se derivó de una región por la cual cae al suroeste. En 1989 sugerí que los arqueólogos norteamericanos debieron adoptar el nombre "Norte de México" para todo el área cultural (Phillips 1989), sugerencia inmediatamente olvidada. Otra alternativa, "la Gran Chichimeca," fue desarollado por Charles Di Peso (1974), quién pudo ver la extensión geográfica entera de cualquier problema arqueológica. No obstante su utilidad, el frase "la Gran Chichimeca" está ligado con la teoría más controversial de Di Peso, que la prehistoria del área cultural fue dirigido por pochtecas (comerciantes armados) procedentes de Mesoamérica. No obstante esta problema, varios arqueólogos mexicanos, entre ellos Beatriz Braniff (2001), usan y hasta promocionan el uso de "la Gran Chichimeca."

Nos enfrentamos a una región unida por sus tradiciones indígenas, compartida entre México y los EE.UU., con nombres mexicanos casi nunca usados por los arqueólogos norteamericanos, y con nombres norteamericanos casi nunca usados por los arqueólogos mexicanos. Este fraccionamento linguistico debe preocuparnos, ya que señala la desconexión persistente entre los esfuerzos intelectuales en México e los EE.UU. (McBrinn y Webster 2008:4; ver también Newell [1999]).

Este ensayo web se aprovecha de términos propuestas por Paul Kirchoff [1943, 1954], quién inventó el nombre "Mesoamérica" a aprobación universal. Kirchoff también dió nombre a la región enorme y por la mayor parte árida al norte de Mesoamérica, llamandola "Aridamérica." Aquella región, en su torno, contenía una región menos vasta donde la agricultura fue posible, "Oasis América." Además de ser neutrales en sentido geográfico, estos dos nombres propuestas por Kirchoff son conciliables con una interpretación dinámica del área cultural. Podemos decir que la región fue lo que fue por razón de la dialéctica entre dos patrones culturales. El primero, de cazdores-recolectores adaptados a la totalidad de un medio ambiente vasto pero árido. El segundo, introducido en tiempos más recientes, de agricultores adaptados a ciertas partes de la misma región (ver Phillips 1998). Es este dinámica intanquila, y no una lista incambiable de características, que dió al área cultural su caracter sobresaliente.

El "Noroeste de México" como Región Arqueólogica

Hemos llegado a la idea que el noroeste de México era parte de Aridamérica, y especificamente que era la mitad sur de Oasis América, con un patrón de agricultura, de aldeas, y de producción de la cerámica. La tercera característica es, sin duda, la menos importante, pero durante sus trabajos de campo los arqueológos dependen sumamente en los tepalcates para definir la extensión de culturas. En el cuadrante noroeste de México, la cerámica cambia de repente de formas complejas (como platos de tripode) a formas sencillas (como vasijas globulares y cuencas hemisféricas). Cuando faltamos de datos en base a excavación, este cambio en los tepalcates sirve para marcar la transición entre Mesoamérica y Oasis América. La continuación de la cerámica sencilla hacia el norte sirve para marcar, de forma aproximada, la extensión máxima de Oasis América. En contraste, el resto de Aridamérica, sin producción y consumo de la cerámica, tampoco vió la agricultura y las aldeas. Por eso, el ámbito de este ensayo corresponde más o menos con el ámbito de la producción cerámica en el norte de México.

El primer trabajo de campo que ensayó trazar la relación espacial entre Mesoamérica y Oasis América, por Edgar Lee Hewett (1908), confió en la cerámica para definir los dos áreas culturales. Hewett decidió que un intervalo extenso sín cerámica pintada correspondió con un intervalo igualmente extenso entre los dos áreas culturales. Su conclusión rebotó de forma infeliz por muchos años (Phillips 2002). Si Hewett (y sus colegas, en los años siguientes) hubiera tomado en consideración las culturas que solamente producieron vasijas no decoradas, posiblemente hubiera entendido qua la producción cerámica (y por lo tanto, la distribución de los productores de la cerámica) era continua en el parte noroeste del país.

Las aldeas ancianas a veces dejan rastros obvios, como ocurrió con los sitios Casas Grande del período Medio, pero a veces los rastros no se pueden ver sin la excavación. Lo mismo puede suceder con los rastros de la agricultura prehistórica. Aunque por muchos años, comenzando con el viaje de Hewett, los arqueólogos percibieron una zona extensa sin agricultores, hoy es obvio que las comunidades agrícolas formaron una zona continua entre Mesoamérica y es suroeste de los EE.UU. Este ensayo se preocupa con dichas comunidades agrícolas, pero por necesidad toma en cuenta lo que sucedió más antes y, en algunos casos, lo que sucedió duespués. El ensayo también examina desenvolvimientos más allá de la zona de aldeas agrícolas, cuando la desviación apoyará la definición de patrones prehistóricos y históricos en Aridamérica.


*Tomado del "Epílogo" por Beatriz Braniff, Charles Di Peso, Richard S. Felger, Bernard Fontana, Thomas Hinton, Cynthia R. de Murrieta, Arturo Oliverso, and Charles Polzer, 4 de octubre 1974 (Braniff C. y Felger 1994:201).


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Última revisión: 16 de enero 2011.
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